sábado, 10 de diciembre de 2011
El piano tintineaba, Mi ansiedad lo acompañaba.
Uno era ciego, no se percató de la mirada, de modo que el otro tuvo que fingir. Así empezó el juego del amor para ambos, sin embargo, Desde la primera mirada el destino supo que la arcilla de ellos dos no había sido moldeada para estar juntos. Y se arrepintió de haber permitido que ambos se miraran.
El en su mundo tenía una casa. En su casa una habitación. En su habitación una cómoda. Sobre su cómoda un reloj de cuerda, una fotografía desgastada, unos cuantos libros desperdigados y su cuerpo malgastado.
El otro corría deambularte por la vida, soñaba constantemente y su vida solo era teñida de un color y los libros, los que acompañaban sus noches. La fotografía, la que acurrucaba a sus recuerdos. El reloj, el que nunca mostraba la hora. Y Su cuerpo, el del corazón de cobre, tuercas y bujías.
Tuercas, bujías y cobre con el que fabricó su nuevo corazón. Dos corazones, uno antiguo y otro nuevo. El antiguo transformado en regalo para el modelo de la fotografía, el que firmaba con dedicatorias todos los libros, el que daba cuerda al reloj. El reloj que ya no anda. No hay tiempo para hacer girar la manilla, hay que dar cuerda al corazón. Al nuevo. El que tuvo que fabricarse por el regalo no devuelto. Por la desaparición.
Nunca regalaré nada más, decía, pero hizo un segundo regalo. El segundo regalo, su corazón de cobre, bujías y tuercas. Corazón construido, muerte construida. Segundo regalo, segunda fotografía, segundas dedicatorias. Y no se despidió, ninguno de los dos miró al otro. Pero ambos sabían que el otro lo miraba. Eran dos. Fueron dos. Son dos.
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